Escribo estas líneas y llueve en Barcelona. He conducido más de 1h atravesando los viñedos del Penedés bajo un cielo gris encapotado. Cae una niebla baja, las luces rojas de los vehículos iluminan la carretera. En la radio del coche no suena nada. Apago la música para escuchar el silencio y dejarme llevar por el sentimiento de lo estético. Me conmueve la fragilidad del cuerpo, el avance de los otros, la inexorabilidad del tiempo. Todo sigue. Yo me paro. Contemplo. Soy consciente. Lo siento.
Vivir la vida con sentimiento estético
Las personas que me gustan tienen un joie de vivre1 trágico. Son inclasificables, son raras, marginales (a veces), maravillosas. Capturan la realidad como Schopenhauer nos decía en El mundo como voluntad y representación: por voluntad de vivir. Ciega, pero no irracional. Porque a esa razón el filósofo la llamaba razón intuitiva: la que nos da conocimiento de la voluntad, una fuerza insondable que nos empuja a vivir.
El sentimiento de lo estético está en todo lo que nos rodea. Y para mí, está en el que mira y no en el objeto mirado. Está en una tabla de quesos con un buen vino, está en el olor de las calles tras una noche de lluvia, está en la conversación, en un libro y en la naturaleza. Está en todo aquello que te golpea y te hace consciente, desde un gol de Messi a Pogacar cruzando los Campos Elíseos a lomos de su bicicleta.
Nadie entendió esto mejor que Kazunori Yamauchi el artífice de los videojuegos Gran Turismo. Eran los dos miles y pisaba el acelerador de un Mazda MX-5 rojo. Música jazz de fondo y circuitos creados para el disfrute. El sol filtrándose a través de las copas de los árboles en la carrocería, los sutiles cambios de iluminación al salir de un túnel. Todo pensado para el goce estético. Incluso su banda sonora. Una delicia.
Peregrinos de la belleza en el Grand Tour
Hubo un tiempo fielmente reflejado por María Belmonte en el que los aristócratas anglosajones (principalmente) recorrían cientos de kilómetros para reencontrarse en la cuna de la civilización occidental: Grecia e Italia. Las andanzas de Goethe, Stendhal o Lord Byron en el llamado Grand Tour2 crearon el sentido estético del Mediterráneo. Entre la ruina y la gloria, entre el pasado y la leyenda, entre la luz y la sombra.
La nostalgia por lo no vivido, ya estaba en muchos cuadros de Friedrich y de los románticos. En las leyendas de Becquer. En Bodas de sangre de Lorca. Pero también en Perfect Days de Wim Wenders, en la retrotecnología de Blade Runner, e incluso, en la nostalgia de las nuevas generaciones por lo no vivido: la música low-fi3, Pokémon, los auriculares Nothing Ear y la vuelta a los móviles con teclas.
De ahí que marcas como McDonald’s y Burger King apalancaran sus rebrandings en la nostalgia. Vuelve a ser pequeño, parecen decirnos. Porque cuando en el futuro pintan bastos, es mejor mirar hacia atrás y dejarse llevar por la autoindulgencia. En la era de Marvel triunfa el remix de Stranger Things. En la era del efecto especial, triunfa The Brutalist en Panavisión. En la era de Dreamworks, Pixar y Disney, gana el Óscar Flow.
Todo fin tiene belleza, por lo que significa
Y aquí llegamos a algunas de mis películas favoritas. La notte de Antonioni es una despedida a los desmanes de la burguesía. Seppuku de Kobayashi es un harakiri en toda regla al honor samurai. Sin perdón de Clint Eastwood clausura el cine western. Sunset Boulevard de Billy Wilder es un adiós al cine mudo. La gran belleza de Sorrentino muestra la cara más decadente de la ciudad eterna.
Encontrar la belleza es estar atento. Eso es lo que hace Alessandro Baricco en Il nuovo Barnum. Un libro que recoge sus aventuras por todo el mundo y en el que encuentra belleza en lugares tan dispersos como: las 500 millas de Indianápolis, el duelo entre River y Boca en la Bombonera o una visita a para ver a El Juli toreando en España. Baricco encuentra belleza y la disocia de la ética. No juzga lo que ve, fluye.
Esta disociación entre ética y estética nos permite maravillarnos en ocasiones por fenómenos que escapan a la mente racional. Sucede con el cine de Gaspar Noé, que epata4, pero no puedes dejar de mirar. Sucede al escuchar el himno de la Unión Soviética, al ver la belleza de los atletas en Olimpia de Leni Riefenstahl o al simpatizar con la decadencia de los personajes de Mad Men, Los Soprano o Better Call Saul.
De Martin Parr a Gian Paolo Barbieri
Soy un firme defensor de que el sentimiento de lo estético puede suceder en cualquier lugar, en cualquier situación. Que lo ordinario puede ser bello si se mira con las lentes adecuadas. Ahí está la fotografía del británico Martin Parr, que retrata los cuerpos chamuscados al sol, los calcetines blancos en sandalia, la fealdad del día a día y la estupidez irónica con la que nos mira y nos desnuda con su cámara.
En el otro extremo está lo onírico, Barbieri y la fotografía de Vogue de mitad de siglo pasado. La mujer eterna, divina, incontestable. Muestra el cánon en un contexto irreal. Despierta el sentimiento de lo estético, pero genera desconfianza, porque podemos soñar con un mundo así, pero no podemos alcanzarlo. Entre Parr y Barbieri existen los grises, existe la realidad vivida, existe el abismo de lo anodino, de lo diario.
Y para cubrir ese abismo aparece Thomas Mann. Que es capaz de rozarse a Barbieri en Muerte en Venecia y de ascender a las cumbres de lo ordinario en La montaña mágica. En el primer libro es la belleza, la adolescencia, el sol, la fugacidad. En el segundo es el tedio, la nieve, la letanía, la enfermedad. Mann se mueve como pez en el agua y nos regala dos extremos entre los que sacar nuestras propias conclusiones.
La marca como fenómeno estético
No estoy de acuerdo con aquellos que tachan a las marcas de frívolas por el hecho de construir narrativas de corte estético. Lo explica Ana Andjelic en Sociology of Business o Rosa Gil con Loewe. Las marcas son fenómenos culturales y la cultura se edifica sobre los pilares del sentimiento estético. Del zeitgeist5 que nos empuja a sentir y consumir de una determinada manera una forma de ver el mundo.
De ahí la icónica fotografía del estreno de Lewis Hamilton con Ferrari. El piloto inglés se viste de traje con chaqueta, pelo engominado y espresso en mano para adoptar la idea de tradición italiana. De ahí lo bien que ha jugado la NBA la conexión cultural de cada franquicia con sus equipaciones. O cómo la Juventus de Turín se pasaba el juego hace unos años lanzando una nueva identidad con un claro enfoque al lifestyle.
No son pocos los clubes que reinterpretan sus códigos del deporte al elemento cultural. El Venezia hace un tiempo, el Bologna hace poco o el rediseño de las camisetas de la MLS americana. No es solo cosa del deporte. La extensión de la narrativa de marca como fenómeno estético marca el inicio de una nueva era. ¿La dificultad? Resonar con una generación sin una heurística clara.
Porque para lograrlo no existen reglas, sino sensibilidad.
"Encontrar la belleza es estar atento". Solo eso. Mejor resumen imposible.